miércoles, 19 de octubre de 2011

LA DESTRUCCIÓN NOS LIBERA




La destrucción se asienta en el seno mismo de la curiosidad y el conocimiento.

Desde el momento de la infancia, en que despedazar un juguete no sólo llevaba implícita la pulsión destructiva per sé, sino que enmascaraba el deseo de ver más allá de la superficie que recubría el muñeco: ver las entrañas del objeto, entenderlo en su totalidad, al fin y al cabo. Desmontar lo visible, lo tangible para poder volver a montarlo por uno mismo sintiendo que has comprendido la esencia y la lógica de lo que te rodea, lo que está oculto, aquello que no se puede o debe ver.

Así como el niño que rompe un caleidoscopio para ver más allá, o el que abre su peluche para ver de qué está verdaderamente relleno, o el que cortaba y modificaba el pelo de su muñeca como demostración inequívoca de la capacidad de acción que poseemos ante una, por ejemplo, estética impuesta.

Siempre fue más excitante destrozar un puzzle que montarlo; un puzzle destruido puede ser muchos puzzles mientras que uno montado reduce su existencia a una unidad estática

Y en todo ese deseo la destrucción nos libera.

Han conseguido cortarnos las alas los que nos han hecho creer que destruir está mal. Desaprendamos lo aprendido. Destrocemos la historia tal como nos ha sido contada, remontémosla, como dice Benjamin, a contrapelo. Recojamos los desechos que han sido olvidados, las ruinas del tiempo. Recuperemos, por tanto, nuestra capacidad creativa, de asombro, de curiosidad y de destrucción de la infancia.

Lidia ML.

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