Una aproximación al tema central del curso:
Si la humanidad ha estado inevitablemente ligada a la
destrucción y a la violencia, en la época contemporánea, y producto del
imparable desarrollo tecnológico, este potencial destructivo se ha acrecentado
de forma exponencial: las dos guerras mundiales, el miedo nuclear, la
insostenibilidad del consumo de recursos, el cambio climático o la continua
amenaza terrorista son prueba de este hecho.
El arte, como
producto del ambiente en el que se desenvuelve, ha dado entrada así desde
principios del siglo XX a la utilización de la destrucción y la violencia como
herramientas de producción. El proceso creativo se ha visto de esta manera
alimentado por el accidente, el error, el caos y el azar como medios con los
que hacer frente a los antiguos ideales clásicos de orden y armonía.
Como
consecuencia de este complejo contexto los creadores se han subido a un carro
sin posibilidad de freno: desde la glorificación de la violencia realizada por
los futuristas hasta el horror del Guernica; de la petición expresa de la
demolición de los museos de Henry Flint a la automutilación de Gina Pane; de
las máquinas autodestructivas de Tinguely a los pianos modificados de Fluxus; de la radicalidad del accionismo vienés a
los shooting paintings de
Niki de Saint Phalle; de la violencia punk a las inverosímiles formas del deconstructivismo
arquitectónico; de la irrupción de lo abyecto en las fotografías de David
Nebreda al uso explícito de la basura de Gustav Metzger; la creación, entendida
de forma amplia, ha ido rompiendo sus propios límites, códigos y tabúes, ha
derribado estructuras (físicas y mentales) para expandirse, eligiendo un camino
que, en algunos casos, se dirige peligrosamente a la autodestrucción.
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